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AboutCopyright © 1997 Carlos Parada and Maicar Förlag.

Aspectos básicos de los mitos griegos

3829: Cornelis Troost 1696-1750: The Phoenix. Rijksmuseum, Amsterdam.

"About the gods I cannot say either that they are or that they are not, nor how they are constituted in shape; for there is much which prevents knowledge, the unclarity of the subject and the shortness of life." (Protagoras, On Gods)

Don Quijote: "Todo el día se le pasa en averiguar si dijo bien o mal Homero en tal verso de La Ilíada; si Marcial anduvo deshonesto, o no, en tal epigrama; si se han de entender de una manera o otra tales y tales versos de Virgilio." (Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Segunda Parte, Capítulo XVI)

"Que d'autres soient savants de tout ce qui se sait :
L'aveugle vagabond sera toujours le maître,
Sous tout ce qui se dit, de tout ce qui se tait."

(Charles Péguy, Sonnets: L'Aveugle)

"De te fabula narratur." (Horace, Satires 1.1.69)


Distinción de términos básicos

Mitología significa, en un sentido, simplemente una colección de mitos, pero a medida que la investigación científica se incrementó durante los siglos XIX y XX, se le llamó también mitología a dicha investigación. La palabra mitología, pues, denota tanto el cuerpo mismo de los mitos como el estudio de ellos. Mitología clásica es una expresión a menudo utilizada para designar los mitos pertenecientes a la tradiciones griega y romana. Se supone que los mitos fueron adquiridos primeramente por medio de la tradición oral, entrando desde Homero y Hesíodo (aproximadamente 700 AC) en la era literaria; las obras posteriores, realizadas por los estudiosos de los mitos o por aquellos que los coleccionaron, y a veces también todas las obras literarias relativas a la mitología, son conocidas bajo el nombre de mitografía, y sus autores son llamados mitógrafos.

La palabra griega mythos se refiere a la palabra hablada o al lenguaje, pero también denota un cuento, historia o narración, diferente del relato histórico, al que se llama logos y se considera como verificable. Los acontecimientos relatados que constituyen una narración mítica no son normalmente verificables, siendo su origen casi siempre desconocido; sin embargo afirman ajustarse a la verdad, lo cual no ocurre en el caso de la ficción pura, por ejemplo una novela.

Tanto la ficción como la historia derivan de la mitología, pero mientas que la narración histórica, contada por los logógrafos, puede ser considerada empíricamente cierta (de acuerdo con hechos verdaderamente ocurridos) y la ficción libre empíricamente falsa, el mito—contado por poetas y mitógrafos—siendo difícil de definir en este aspecto puesto que, a diferencia de la ficción, se reclama verdadero, puede ser ubicado entre los otros dos. La verdad no puede separarse completamente ni de la ficción ni de los mitos, dado que existen otros tipos de verdad, diferentes de la verdad empírica, como por ejemplo, verdades psicológicas o las que se encuentran en valores ideales.

Los mitos, siendo básicamente relatos, provienen del acto de narrar, el cual es una técnica que depende del lenguaje para el ordenamiento y presentación de hechos (ya sean estos verdaderos o ficticios, ya tengan el propósito de informar o entretener) los cuales, luego de adquirir ciertas cualidades pueden merecer el ser llamados arte. Y aunque al arte (que también se desenvuelve a partir de su cercana relación con los mitos) generalmente se le asocia con los relatos míticos o con la ficción más que con la historia, se ha señalado acertadamente que «...ningún historiador puede ser 'grande' si no es también un gran artista...» (Arnold J. Toynbee, A Study of History), dado que tampoco la historia puede evitar el introducir, en sus propios relatos, personificaciones ficticias o míticas, tales como «Inglaterra», «La prensa», o «La opinión pública». El pensamiento mítico, a menudo en una forma degradada o profana, ha también aparecido en teorías científicas sobre el origen de nuestro sistema planetario, en la reverencia hacia la Naturaleza y la Madre Tierra profesada por algunos ecologistas o, como señala Mircea Eliade, en la Weltanschauung marxiana.

Origen divino del Relato Universal y Veraz

Los mitos se relacionan con todos los aspectos de la vida y la experiencia humanas: se refieren a los orígenes y naturaleza del universo, a los dioses y a la humanidad; afirman revelar hechos históricos o pueden describir verdades psicológicas; realizan evaluaciones emocionales y se ocupan de asuntos morales, físicos u ontológicos; pueden comunicar creencias, supersticiones, ritos, imágenes literarias, ideas sociales y pueden hacer uso tanto de símbolos y alegorías como valerse de la razón, la filosofía y los valores éticos.

En la medida, pues, que puede afirmarse que los mitos abarcan tanto el mundo externo como el interno en todos sus aspectos, los mismos aparecen como un relato universal (que todo lo abarca), originalmente transmitido por el flexible instrumento y prístino arte de narrar. Este relato, sin embargo, no puede ser inventado por un constructor de mitos, porque si al mito se le creyera ser el producto de la fantasía gratuita no podría asociársele con la verdad, y sería llamado, en el mejor de los casos ficción, pero no mito. No obstante, los mitos—como pronto veremos—poseen la autoridad de contar mentiras sin abdicar la verdad.

Se supone que la facultad de narrar un relato universal y veraz es un privilegio de los dioses y no de los hombres, debido a que los seres humanos son notorios por la dificultad congénita que les impide distinguir entre lo verdadero y lo falso, puesto que «...poseen sólo rumores y no conocimiento» (Homero, La Ilíada 2.484). Los mitos han sido considerados, por tanto, como narraciones divinas que fueron relatadas por los dioses a los hombres, quienes a su vez las transmitieron a sus semejantes. Esta es la razón por la que el procedimiento habitual al contar un mito en la era literaria es «Dime Musa...» o «Canta diosa...», o alguna otra fórmula similar, utilizada por los poetas quienes, de esa manera, reconocen el origen divino de la narración que les ha sido dada mediante el don de la inspiración, aunque Platón lo llamó locura poética, una condición que debe ser concedida por los dioses:

«Hay una tercera clase de delirio y de posesión, que es la inspirada por las Musas; cuando se apodera de un alma inocente y virgen aún, la transporta y le inspira odas y otros poemas que sirven para la enseñanza de las generaciones nuevas, celebrando las proezas de los antiguos héroes. Pero todo el que intente aproximarse al santuario de la poesía, sin estar agitado por este delirio que viene de las Musas, o que crea que el arte solo basta para hacerle poeta, estará muy distante de la perfección; y la poesía de los sabios se verá siempre eclipsada por los cantos que respiran un éxtasis divino.» (Platón. Fedro 245a)

El arte de narrar alcanza su mayor significación en la narración de los mitos, dado que ninguna otra cosa podría ser más memorable que un relato universal, y por ser memorables los mitos son transmitidos a los mortales por las Musas que son las hijas de la Memoria y quienes, poseyendo verdadero saber, pueden o no decir la verdad a voluntad. Cuando ellas se dirigieron a Hesíodo y le enseñaron a cantar dijeron, como él mismo lo refiere:

«Sabemos lo suficiente para construir mentiras convincentes, pero también tenemos la habilidad, cuando lo deseamos, de decir la verdad.» (Hesíodo, Teogonía 25)

Los dioses poseen un poder ilimitado, ya sea en dirección falsa o verdadera, pero el poeta mortal, antes de adquirir poder sobre lo falso y lo verdadero, debe solicitarlo:

«Cuando hablo una ficción, que sea tal que persuada el oído del oyente.» (Calímaco, Himnos 1.65)

La inclusión de mentiras divinas en los mitos no afecta su naturaleza de Relato Veraz. Las mentiras, aunque parezca extraño, deben encontrar su lugar en un tal Relato Veraz si la mente humana, guiada por su propia naturaleza, ha de percibirlo como verdadero.

Del relato de los mitos griegos no emerge un sistema, ni una doctrina, ni un dogma religioso, ni instrucciones para el ejercicio de ritos o magia, sino simplemente la narración misma. Las autoridades competentes con respecto a esta narración —en la época cuando los mitos pasaron de la tradición oral a la literatura —eran los poetas, porque la narración les fue dada a ellos antes que a otros. Los profetas y sacerdotes no eran autoridades del mismo alto rango, porque las creencias religiosas provienen de los mitos y ellos mismos no eran narradores, y también porque el sistema religioso de la comunidad en que los mitos fueron narrados carecía de lo que conocemos como Iglesia, jerarquía eclesiástica, teólogos y escrituras sagradas. Además, los profetas y sacerdotes, cuya inspiración también ha sido considerada como proveniente de los dioses, se diferencian de los poetas por abrigar su oficio propósitos más prácticos, los cuales se sabe que pueden corromper la verdad. Por estas razones el poeta es la autoridad máxima en todo lo que concierne a los mitos. Sin embargo, en el seno de esta tradición, ninguna obra poética ni ningún otro libro, ha sido nunca considerado como sagrado, y se ha señalado (por ejemplo por Jorge Luis Borges) que Asia parece ser el único continente en el que la idea del libro sagrado se ha materializado, no sólo una vez sino varias.

Clasificación principal de los mitos griegos

Los mitos griegos pueden ser divididos en dos categorías:

  • Mitos divinos, y
  • Mitos heroicos.

Los mitos divinos se componen de las narraciones que se refieren a los dioses, tales como la creación del mundo, el origen de los dioses y otros relatos relativos a ellos, tales como la castración de Urano o la Titanomaquia. Las escenas de estos relatos incluyen diversas localidades de naturaleza imaginaria, como el Tártaro, pero presentan igualmente sitios visibles como el Monte Olimpo.

Los mitos heroicos están formados por relatos que se relacionan con reinos en la tierra, héroes y heroínas, estando los acontecimientos normalmente localizados en lugares geográficos reales, como Micenas o Rodos. La palabra héroe debe ser comprendida en sentido amplio: los héroes pueden ser «guerreros, reyes, fundadores, benefactores, aventureros, o incluso ladrones y piratas.» (Joseph Fontenrose. The Ritual Theory of Myth).

La base de los mitos descansa en la presencia divina, y los mitos heroicos se conectan a ella mediante tres dispositivos:

  • intervención divina en los asuntos humanos
  • cualquier referencia a los dioses o a alguien relacionado con ellos
  • genealogía estableciendo descendencia de los dioses

Es de la manera antedicha como se preserva la integridad del cuerpo mítico. Un relato que carezca de presencia divina (y existen tales relatos en la tradición griega) puede ganar aceptación como mito por estar asociado con la misma tradición cultural, pero si fuera escudriñado separadamente, esta clase de narración es normalmente considerada como de menor valor mítico, y los clasicistas acostumbran—por decir así—a degradarla a la categoría de leyenda o cuento popular independiente o desligado. Por otra parte el análisis del cuerpo mítico ha conducido a su clasificación en mito propiamente dicho, leyendas y cuentos populares (véase más abajo: Interpretación de los mitos).

Lo divino es lo que se relaciona con los dioses, y cuando algo se conecta a lo divino se le considera como sagrado, por oposición a lo que es profano, que carece de toda conexión con lo divino. Una característica importante de la divinidad es revelada por el privilegio—que sólo la divinidad posee—de controlar la existencia misma (la cual a su turno se distingue de la mera vida biológica). Es en la aceptación de la unión del aspecto visible (existencia) y del invisible (la divinidad) que el sentimiento de lo sagrado aparece como una percepción emocional que reconoce esa unión. La percepción de que la entera existencia del universo está regida por la divinidad o puede identificarse con lo divino, ubica a los meros seres sobrenaturales en otro nivel más bajo, y consiguientemente lo sobrenatural debe distinguirse de lo divino. Los poderes sobrenaturales, por extraordinarios que sean, están siempre subordinados al absoluto poder con referencia al Ser que tiene la divinidad; dichos poderes se reservan, en los mitos, para desafiadores cósmicos, héroes o heroínas, aún cuando los dioses puedan disfrutar, además de su exclusivo privilegio, cualquier capacidad sobrenatural que les apetezca disfrutar.

Características básicas de los mitos

Algunos rasgos básicos de los mitos pueden ser recapitulados ahora:

Los mitos tocan cualquier esfera de la vida y la experiencia humanas y aunque se componen de una variedad de cuentos, los mitos son percibidos como una sola narración que todo lo abarca, la cual se supone ha sido entregada a los hombres por los dioses, siendo, en virtud de esa circunstancia, verdadera y sagrada al mismo tiempo. Estas son las razones que permiten describir a los mitos como un Relato Sagrado, Universal y Veraz.

Sin embargo, para alguien reacio a entrar en el contexto mítico, lo que podría quedar de la descripción sería apenas el Relato, y éste mismo podría desmembrarse en un sinnúmero de historias. Una visión profana no aceptaría lo Sagrado, y la idea de lo Universal que todo lo abarca podría diluirse en las miríadas de detalles nunca mencionados por los mitos. Finalmente lo que es Verdadero, que podría depender de la verificación de los hechos, tendría que retroceder, dado que los mitos no son verificables. Y aún cuando la verificación fuera aplicada a algunos aspectos de los mitos —por ejemplo los que se parecen a narrativas históricas o los que establecen la realidad de localidades que constituyen las escena de muchos mitos —otros aspectos, entre los cuales la cosmogonía y la teogonía apenas representarían los ejemplos más evidentes, podrían permanecer para siempre fuera de nuestro alcance.

Desde este punto de vista profano, entonces, lo que quedaría serían apenas historias de origen desconocido, que no pueden ser verificadas pero que sin embargo se proclaman a sí mismas como verdaderas. Esta manera de ver se deriva de una elección existencial que, como Mircea Eliade describió, hace asumir al hombre amítico, irreligioso o profano, una trágica existencia a la que no se le puede negar cierta grandeza, mientras que a su contrario —a quien posee el sentido de lo sagrado —le atribuyen (aún los profanos mismos) una vida mejor: «El hombre religioso es feliz en su imaginación...» (Ludwig A. Feuerbach (1804-1872), Das Wesen des Christentums). La visión típicamente profana no puede ser reconciliada con la percepción de los mitos en tanto que Sagrado Relato Universal y Veraz, pero por otra parte es posible aproximarse a los mitos por una variedad de caminos intermedios, pues ellos muestran un sorprendente potencial para rendir resultados valiosos independientemente de la elección existencial, la manera de abordarlos o la línea de investigación.

Los detalles de los mitos ni se creen ni se descreen; la principal razón es que los mitos no se ocupan del creer o el descreer, dado que la fe se encuentra en la esfera de la religión, la magia y la superstición, y la incredulidad pertenece a la visión profana, la cual es ajena a los mitos. Los mitos proveen el material y las imágenes con las que sus vástagos—el arte, la religión, la filosofía o la ciencia—fundamentan y desarrollan sus propias actividades. Por esta razón la mente mítica será proclive a considerar el completo distanciamiento de cualquiera de esos vástagos de la fuente mítica y su pretensión de haber encontrado la verdad en su propia esfera de actividad—no sólo en los detalles sino también en relación al conjunto—como una forma de arrogancia (hybris) que suele provenir de la complacencia que se deriva del éxito, una condición que se juzga provisoria.

Interpretación de los mitos

Se puede suponer que la mente mítica percibe significados y reconoce que los mitos representan realidades distintas de las que se desprenden de las narraciones mismas. Pero la mente mítica percibe esos significados y representaciones en los mitos de una manera holgada si se la compara con la mente interpretativa, pues ésta organiza sistemáticamente los diferentes componentes en un esfuerzo intencional cuyo propósito es revelar la naturaleza de los mitos y explicar consistentemente lo que ellos y sus componentes son realmente y de donde provienen. La mente mítica no tiene necesidad de sistematizar, pues ya siente que comprende o, como dice Kerényi, «vive en el mito». Es cuando la comprensión parece desfallecer que se introducen el análisis, la sistematización y la interpretación, para que ellos, actuando como cirujanos, puedan reconstruir lo que se ha desmembrado.

Esta cirugía, que ha tenido su propia vida productiva, comenzó gradualmente, pero ya en el Siglo VI AC distintas corrientes creyeron que los mitos representaban significados ocultos, cuerpos celestes o fenómenos naturales (alegoristas y simbolistas). Más adelante se supuso que los mitos tuvieron su origen en aspectos triviales de la vida cotidiana (pseudo-racionalistas como Paléfato en el siglo IV AC), mientras que el evemerismo trocó los dioses en hombres. El evemerismo deriva su nombre de Evémero (fl. 300 AC), famoso por haber despojado a los dioses de su naturaleza divina, de manera que Urano, Cronos y Zeus se transformaron en reyes de un pasado remoto (véase también Breve historia de los mitos).

En épocas más recientes los mitos fueron explicados a través de su cercana relación con los ritos y la manipulación mágica (James G. Frazer, 1854-1941) o con instituciones o costumbres sociales (Bronislaw Malinowski, 1884-1942). Los mitos han sido vistos como metáforas originadas en las instancias inconscientes de la mente humana, como en el trabajo de Sigmund Freud (1856-1939) y en las ramificaciones de su pensamiento psicoanalítico (C. G. Jung, 1875-1951). Se ha también puesto al descubierto su estructura interna y se han analizado sus componentes (Claude Lévi-Strauss and Edmund Ronald Leach, 1910-89). Estos son sólo unos pocos ejemplos tomados de un gran número de nombres y teorías provenientes de muchos campos de investigación, tales como la filología, la antropología o la sociología, incluidos los esfuerzos que podrían ser agrupados bajo el título de mitología comparada, cuya figura más representativa en el Siglo XIX fue Friedrich Max Müller.

En el correr de los siglos XIX y XX, la investigación científica introdujo métodos que intentan determinar las fuentes exactas de cada historia, clasificarlas de acuerdo a las características de sus elementos narrativos, y tratar de establecer su origen a través de la utilización de métodos comparativos. Estos métodos se han relacionado, no pocas veces, con las ya tradicionales subdivisiones de los mitos expuestas por H. J. Rose de acuerdo con el siguiente modelo (entre paréntesis se encuentran los nombres equivalentes en alemán):

  • El Mito propiamente dicho (Mythos) comprende la cosmogonía, teogonía y los fenómenos naturales. Todos los mitos llamados etiológicos (que establecen las causas y orígenes de las cosas) pertenecen a esta categoría.
  • La Leyenda (Sage) incluye las historias de héroes, ocupándose a menudo con aquellos hechos que tienen la apariencia de acontecimientos históricos (el término escandinavo saga tiene un significado más amplio y no se refiere exclusivamente, al menos en Escandinavia, a la narración históricamente basada).
  • El Cuento popular (Märchen) se ocupa de historias de personas notables que pueden ser de familia, época y comarca desconocidas. Aparte de esto el término es utilizado para los cuentos de hadas —con o sin hadas —y el ejemplo típico es el de la colección realizada por los hermanos Grimm.

Esta clasificación rara vez encuentra historias químicamente puras—las cuales suelen albergar elementos pertenecientes a dos o aún a las tres categorías—y ha encontrado también que «los mitos de un hombre son las leyendas, o la saga o el cuento popular de otro.» (G. S. Kirk. The Nature of the Greek Myths). A pesar de sus dificultades, esta subdivisión de los mitos ha rendido resultados interesantes e instructivos en varios respectos y, por ejemplo, una colección de temas de cuentos populares ha sido compilada en los seis volúmenes de Stith Thompson (1885-1976), Motif-index of Folk-literature.

Pese a que el trabajo de interpretación no ha proporcionado una explicación general de los mitos, es sin duda el resultado de extensas investigaciones que han puesto en tensión la imaginación de sus autores, permitiéndoles separadamente revelar alegorías, símbolos, significados racionales, raíces históricas, conexiones rituales, implicancias morales, indicaciones mágicas, representaciones naturales, modelos estructurales, imaginación ingenua, realidades psicológicas, y muchas otras cosas que los mitos contienen. Sin embargo—y a pesar de los muchos efectos secundarios positivos de estas investigaciones—las teorías universales, habiendo apuntado a una explicación general y siendo a la vez muy distintas en cuanto a sus puntos de partida, se matan las unas a las otras como si fueran Espartos. Sugieren así involuntariamente que el privilegio de tratar a los mitos de manera adecuada retorna idealmente al poeta, puesto que la revelación del significado parece haber sido alcanzado de mejor manera a través de las variaciones de las narraciones míticas mismas o mediante la focalización en detalles míticos realizada por la literatura y otras artes.

Las variaciones de los relatos míticos, y aún las contradicciones que en ellos se encuentran, son acertadamente percibidas como benéficas, por estimular la comprensión en distintos niveles y por permitir la reorganización subjetiva del material. Las versiones contradictorias, que incluso pueden aparecer en los escritos de un mismo autor, contribuyen a vitalizar los mitos, reproduciendo en ellos—tomados como entidad—los conflictos descritos en las narraciones. Las consecuencias artísticas y psicológicas de este hecho—que está ausente en la ficción—no se atenúan (curiosamente) aún si sus causas fueran reveladas: por ejemplo probando que es el resultado de interpolaciones, errores o agregados tardíos. Los mitos parecen presentar, en este respecto, un caso en el cual el arte y el significado aparecen más allá de toda intención.

Finalmente puede notarse que si todas las teorías de interpretación—tanto modernas como antiguas—se pusieran juntas, se cubriría una extensión muy amplia que revelaría, no sólo su gran cantidad sino también las importantes discrepancias existentes entre las más altas autoridades, así como también la diversidad de sus puntos de partida. Recordemos apenas que los mitos han sido considerado tanto como metáforas de la mente, capaces de crear salud mental, o como reflejos de estructuras sociales jerárquicas. Estos puntos de vista no son necesariamente contradictorios pero—dejando detalles de lado—señalemos la que es probablemente la discrepancia más honda: por una parte se ha dicho que los mitos fueron creados por mentes de aguda inteligencia y por la otra que son el resultado de la actividad de mentes primitivas. Por un lado se ha visto en ellos representaciones precisas del mundo, símbolos veraces de la mente, o sabias doctrinas inteligentemente disfrazadas, y por otro lado se les ha igualado con la imaginación ingenua, o con formas primitivas de comprensión y expresión.

Alguno podría creer que estas diferencias han sido gradualmente eliminadas por la exactitud de la investigación científica, inaugurándose de esa manera una nueva época. Sin embargo, también podrá notar que los resultados de la investigación científica exhiben a veces una notable semejanza con las interpretaciones antiguas. No se precisaría más que pensar en los viejos fantasmas del alegorismo, el simbolismo o el evemerismo y su capacidad de reencarnación; pero como ilustración puede servir el comparar la interpretación de Salustio, a propósito de El Juicio de Paris, con la del distinguido neocomparativista, el profesor Georges Dumézil (1898-1986). Salustio—a quien se identifica como amigo del emperador Juliano, llamado el Apóstata (AD 361-3)—afirma (citado por H. J. Rose) que la manzana de Eris significa el universo y que las diferentes diosas ofrecen diversos dones al mismo universo, razón por la cual todas desean la posesión de la manzana. Paris, que vive guiado solamente por los sentidos, le otorga la manzana a Afrodita, porque ella es la diosa de la sensualidad. El profesor Dumézil llega—por caminos acaso más arduos—a similar conclusión: en su manera de ver Paris elige el placer terreno (Afrodita) y rechaza la soberanía (Hera) y la proeza militar (Atenea). La explicación de este mito la encuentra Dumézil en la mentalidad indoeuropea la cual, según sus demostraciones, siente afinidad por cierta ley del tres que conduce a la división tripartita, tanto en la sociedad como en el mundo sobrenatural.

Que los mitos son obras de arte parece a veces pasarle desapercibido a la mente interpretativa. El silencio de Áyax en el mundo subterráneo puede llamarse sublime, aunque también sabemos que está enojado. ¿Pero cómo interpretaremos la sublimidad? ¿Y qué representa el silencio?

Luego de más de dos milenios de estudio de los mitos parece razonable y hasta justo preguntar: ¿Pueden explicarse los mitos? Y en tal caso, ¿es deseable que se los explique, de la misma manera como, por ejemplo, la curación del cáncer puede ser deseable? ¿Podemos conocer el origen de los mitos y su significado? O inversamente: ¿pueden los mitos explicar algo? Todo conocimiento merece reverencia, uno piensa. Y sin embargo el conocimiento no puede representar todo lo que vale la pena, ya que por sí mismo no puede poner obstáculos a lo injusto o lo violento, y tanto la curación del cáncer como el cargar las armas están atendidas por el conocimiento.

¿Qué dirían los mitos mismos en este respecto? La respuesta homérica era, como vimos antes, que los hombres no poseen conocimiento sino rumores. Sin embargo la tradición estableció al Sí mismo como el objeto más elevado de estudio, dado que el consejo de Apolo en Delfos era «conócete a ti mismo». Aunque enigmáticas, estas breves palabras hicieron accesible al hombre el conocimiento interno, restableciendo la proporción en relación al aprendizaje externo, el cual es, pese a todas sus dificultades, el más común y el más fácil de obtener.

Hoy como ayer, todo lo que aprendemos afecta la totalidad del carácter y la mente, y sin embargo nada parece impedir que el aprendizaje externo y su progenie informativa pierda toda proporción, ya que en este respecto «La mayor cantidad es recomendada como un bien incuestionable...» (Philip Gilbert Hamerton, The Intellectual Life). Por eso es relevante preguntarse qué es lo que se quiere aprender y cuánto, de manera que el aprendizaje interno y el externo, encontrando su base común y su justa medida, puedan mejorar nuestras vidas. El lenguaje, la métrica, el análisis literario y la crítica son valiosos y exigen muchos años de aprendizaje. Pero el conocimiento de la literatura difiere de la vivencia de la misma. Saber y vivir son cosas distintas y también éstas deben guardar las proporciones, a menos que haya que decir (con las palabras de Browning): «Este hombre resolvió no Vivir sino Saber—entierren a este hombre aquí.» De manera similar, el significado de los mitos aún persiste y puede ser percibido independientemente de la habilidad que tengamos para develarlos analíticamente.

Carlos Parada
Lund, verano de 1999


Apéndice
Ocho breves definiciones de mito

"Myths are prose narratives which, in the society in which they are told, are considered to be truthful accounts of what happened in the remote past." (William Bascom, The Forms of Folklore (quoted by J. Fontenrose))

"By myths I understand mistaken explanations of phenomena, whether of human life or of external nature." (James G. Frazer, 'Introduction' to the Library of Apollodorus)

"In general one may say: —that myth, such as it is lived by archaic societies, constitutes the story of the deeds of Supernatural Beings; —that the story is considered absolutely true (because it refers to realities) and sacred (because it is the work of Supernatural Beings); —that myth always concerns a 'creation'; it tells how something has come into existence, or how a way of behaviour, an institution, a way of working, were established; this is why myths constitute paradigms for every meaningful human act; —that in knowing the myth one knows the 'origin' of things and is thus able to master things and manipulate them at will; this is not an 'external", 'abstract' knowledge, but a knowledge that one 'lives' ritually, either by reciting the myth ceremonially, or by carrying out the ritual for which it serves as justification; —that in one way or another one 'lives' the myth, gripped by the sacred, exalting power of the events one is rememorializing and reactualizing." (Mircea Eliade, 'Toward a definition of myth' in Greek and Egyptian Mythologies)

"We may then define myth proper as the result of the working of naïve imagination upon the facts of experience." (H. J. Rose, A Handbook of Greek Mythology)

"Myth proper may be defined as a prescientific and imaginative attempt to explain some phenomenon, real or supposed, which exites the curiosity of the myth-maker, or perhaps more accurately as an effort to reach a feeling of satisfaction in place of uneasy bewilderment concerning such phenomena." (H. J. Rose, in The Oxford Classical Dictionary)

"True myth is an explanation of some natural process made in a period when such explanation were religious and magical rather than scientific." (T. B. L. Webster, Everyday Life in Classical Athens (quoted by G. S. Kirk))

"True myth may be defined as the reduction to narrative shorthand of ritual mime performed on public festivals, and in many cases recorded pictorially on temple walls, vases, seals, bowls, mirrors, chests, shields, tapestries, and the like." (Robert Graves, The Greek Myths)

"On est convenu d'appeler 'mythe', au sens étroit, un récit se référant à un ordre du monde antérieur à l'ordre actuel et destiné, non pas à expliquer un particularité locale et limitée (c'est le rôle de la simple 'légende étiologique'), mais une loi organique de la nature des choses." (Pierre Grimal, Dictionnaire de la mythologie grecque et romaine).

 


Bibliografía selecta

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